Él me contemplaba, me vigilaba, seguía cada uno de mis pasos; intenté huir, pero me quedé sin fuerzas, me senté en el borde del abismo y el abatimiento me capturó, me abrazó y finalmente detuvo mi torrente sanguíneo.
Conseguí escapar, me escondí dentro de mi misma, en un lugar inhóspito llamado corazón, sentí como si todo acabara, como si el cielo me cayera encima y el dulce algodón de las nubes me asfixiara, como si la vida quisiera reinar en mi cuerpo y algo lo rechazara bruscamente, noté como algo se perdía, y lo hacía para no volver a aparecer jamás, mi vida desaparecía en un solo segundo y el mundo hacía caso omiso, nadie reaccionaba a mis llamadas.
Creí que no acabaría, que se prolongaría hasta el último latido, incluso pensé que el último era ese; tenía que aprender a convivir con ello, sucumbir a la resignación y adaptarme a la situación, ese fue el principio de todo, y a la misma vez el final; Porque un día me cansé, me peleé con la resignación, y abandoné a la última lágrima que me quedaba; decidí luchar, por primera vez.
Fui directa y de cara al mismísimo diablo, y le recriminé todo lo que me había tocado pasar, sin contemplaciones, era como si tuviera fuego en las cuerdas vocales, toda la rabia se había acumulado en palabras, como si toda la fuerza que jamás tuve apareciese en ese momento e hiciese de mi cordura un auténtico caos, una catástrofe, pero no importaba, tenía fuerza, más que nadie, y nada podía arrebatármela.
Esperanza la necesitaba, me gustaba creer que algún día llegaría mi recompensa por todo, por aguantar más de lo que debía.
De nuevo me localizó, intentando que hiciera algún amago de debilidad, intentando hundirme de nuevo, pero esa vez fue distinta, esa vez pisé fuerte y me reí, le demostré que hay veces en la vida en que subestimar a las personas es lo peor que puedes hacer, porque lo harán únicamente por demostrar, por orgullo, lucharán solo para no sentirse culpables por no haberlo hecho, y años después recordarán los momentos con una sonrisa impregnada de recuerdos.
Ese día supe que algo había cambiado en mi, era como sobrehumano, sabía que no se trataba de una novela de ficción, que no podía cerrar el libro y abandonar, tenía que seguir, aunque solo fuera por hacer que el final de la historia fuese distinto al que todo el mundo imaginaba. Debía y podía demostrar que hay finales que son más dignos de personas que de caballeros medievales y surrealistas, que no me hacía falta una espada para defenderme, porque tenía las cosas más que claras.
Después de todo comprendí que nada era imposible, en aquel instante contemplé mi reflejo en el espejo y vi como algo, una sombra, algo que no sé describir, se marchaba, la inocencia me abandonaba, sabía incluso más de lo que quería, pero no importaba nada, estaba sola, y tenía que aprender a valerme por mi misma, de lo contrario el mundo me comería, y eso no lo podía permitir.
Cuando nadie te ayudó, miraste alrededor y no había nadie, solo aire, y lo único que podías escuchar era tu inquietante respiración... cuando necesitaste un abrazo y nadie te lo dio, necesitaste ver una sonrisa y no te fue posible, cuando la persona a la que más querías te abandonó, conociste el dolor, era extraño, punzante, era veneno puro, y lo que más tarde generaría más fuerza.
Por eso hoy soy lo que soy, y nada más, porque aprendí a estar orgullosa del presente, a luchar por el futuro y a despedir al pasado, aprendí que detrás de un sueño se esconden miles de noches pensando que se tiene que luchar, porque detrás de cada sonrisa hay muchas más cosas de las que parecen.
1 comentario:
Genial, fantástico, increíble, maravilloso... se me acaban los adjetivos jajaja, de verás Babi no sé como lo haces pero eres estupenda. Tus entradas me calan fondo, me hacen reír y muchas veces llorar. No sé lo que tienes, un don quizás,pero haces de palabras solitarias textos profundos, tan profundos que da igual leerlos una que dos que tres veces, porque siempre consiguen tocarte la fibra sensible.
Gracias por escribir.
Un beso enorme,Elsa.
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